Como bien saben los lingüistas, la diferencia entre “lengua” y “dialecto” es puramente política y sirve para circunscribir geográfica y/o antropológicamente una lengua minoritaria respecto a la lengua mayoritaria o lengua oficial del Estado.
Dicho esto, en Italia se vive en una situación de bilingüismo extendido: por una parte, el llamado “italiano estándar”, y paralelamente el dialecto regional (el siciliano, el veneciano, el napolitano, el lombardo, el romano, el genovés, etc.). Además, la definición/restricción del concepto de dialecto puede ser tanto regional, como provincial o de una ciudad en concreto.
En el uso pragmático de la lengua, el uso del dialecto está más difundido entre las clases menos cultas y/o menos pudientes, y se restringe a un uso familiar-coloquial-humorístico. No cabe duda de que el italiano estándar hablado en Sicilia tiene el mismo valor que el italiano estándar hablado en otros sitios de Italia (prueba de ello es la popularidad de personajes televisivos “sicilianos” de gran impacto comunicativo, desde Pippo Baudo hasta Fiorello, que hablan más que bien la lengua italiana).
Si repasáramos un poco la historia de la lengua italiana, quien se ocupa de la lingüística y de la literatura italiana, conoce bien la influencia que los poetas árabes sicilianos (Ibn Hamdis, entre otros) y la Escuela Siciliana de la Corte de Federico II (Cielo d’Alcamo, Jacopo da Lentini, etc.) han tenido sobre los Stilnovisti y sobre Dante Alighieri. No en vano, Dante escribió en su “De Vulgare Eloquentia”: “Al siciliano vulgar se le atribuye fama superior a los demás por estas razones: que todo lo que los italianos producen en términos de poesía se llama siciliano; y que muchos maestros nativos de la isla han cantado con solemnidad”. Asimismo, el público y los lectores también saben que Sicilia cuenta con dos Premios Nobel de Literatura (Luigi Pirandello y Salvatore Quasimodo), y saben que el Verismo y su corriente se extiende por toda Sicilia. Del mismo modo, quien se ocupa de lingüística y de literatura italiana conoce bien el valor literario de los escritores sicilianos de la posguerra, desde Sciascia a Vittorino, desde Brancati a Consolo, desde Bufalino a Camillieri, y aunque son pocos, quizá, también conocen a los grandes contemporáneos, como Piazese o Buttafuoco, Perroni o Seminara, Torregrossa o Viola di Grado. En fin, pocas regiones italianas pueden presumir de tal patrimonio literario. Y a pesar de ello, aún se sigue preguntando si en Sicilia se habla italiano…
Por otro lado, el resto de dialectos italianos son tan “difíciles de entender” como el dialecto siciliano. Cojamos, solo como ejemplo, un testo en genovés del grande Fabrizio De André, “A Cumba”.
¿Acaso es más fácil entender el genovés que el siciliano? ¿O que el veneciano, el emiliano, o, incluso, el toscano hablado en algunos pueblos del campo (y lo digo por experiencia propia, que he vivido durante 5 años en la Toscana)? Evidentemente no, pero el problema solo surge cuando se habla de estudiar en Sicilia. A ninguno se le ocurriría poner objeciones a la enseñanza del italiano en Génova, o en Venecia, o en Bolonia… Claro, que si se caricaturiza el dialecto siciliano también resulta molesto (y especialmente a un oído siciliano), además de ridículo, para un lingüista.
¿De dónde nace, entonces, este prejuicio lingüístico? No cabe duda de que el Cine y, en particular, el cine de Germi, entre otros, ha incidido enormemente en la creación de este estereotipo siciliano: tierra seca y amarilla, de agricultores con gorra, crímenes de honor y de mafia, y mujeres de negro y con velo. Una visión anticuada de la sociedad de la posguerra. Pero una visión que coincidía con la situación de pobreza, miseria y atraso de muchas otras zonas de Italia, obligadas también ellas a la emigración (Véneto, Piamonte, Abbruzzo y Molise, etc.). El acento del Cine sobre esta situación socioeconómica estaba justificada por la necesidad “política”, por parte del neorrealismo y del post neorrealismo, de evidenciar la necesidad de desarrollo y progreso en las clases menos pudientes, las mismas que habían sido objeto de fuertes olas migratorias. En este sentido, y en honor a la verdad, el estereotipo del siciliano incapaz de hablar italiano se reforzó después en EEUU entre las comunidades italianas. También aquí, observándolo objetivamente, habría que decir y reconocer que esos inmigrantes, hablantes casi exclusivamente del dialecto, provenían en gran parte de las clases pobres y analfabetas y, por tanto, limitadas a la hora de expresarse en italiano estándar. Si a ello, por último, le sumamos el hecho de que la real y amplia difusión del italiano estándar se da en Italia solo a partir de los años 60, gracias sobre todo, a la difusión tan capilar de la radio y la televisión, el cuadro es mucho más complejo y real de la situación sociolingüística del italiano estándar en toda Italia y de su difusión.
Por motivos profesionales y de formación he viajado mucho por Italia y puedo asegurar que todos los dialectos italianos son tan difíciles de entender como puede serlo el siciliano. Lo que deberíamos aprender a reconocer es que en Italia, en todas las regiones de Italia, los italianos viven en una situación extendida de bilingüismo dialecto/italiano estándar, y que la “calidad” del italiano usado depende más de la condición social del hablante (cuanto más elevada sea la condición social, mayor es la tasa de escolarización y, por tanto, mayor la calidad de la lengua usada). Desde este punto de vista, en Taormina, ciudad burguesa, artística y de profesionales, la calidad lingüística del tejido social no es diferente a la del resto de Italia.
Alessandro Adorno
Director de Babilonia